domingo, noviembre 25, 2007

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Recapitulando, leo a Stephen King y juro sentirme desolado sólo porque camino de madrugada con los sentidos alterados. No tendría problemas con combatir muertos vivientes -según la teoría de los sueños de Freud- y tengo terribles episodios paranóicos donde las mujeres que supuestamente "he amado" regresan para someterme a terribles y sádicas torturas. Según parece, acostumbro no cambiarme de ropa en días y esto es algo que se repite mucho en mi vida: en determinado momento dejo de cambiarme, cojo un mismo polo y pantalón durante semanas enteras. Ayer decidí que, si fuera un superhéroe, mi poder radicaría en no cambiarme de ropa en meses. Luego está la contradicción: aseguro que "he amado" a mujeres cuando es mentira. Nunca he querido a nadie que no sea a mí mismo. Ahí el drama de mi vida: soy incapaz de amar. Claro que sufro de cuadros obsesivos colpulsivos, sé lo que es el complejo de edipo y sé proyectarlo en las mujeres que conozco, pero eso no significa nada. Finalmente, lo único que me llevaría a la tumba sería la película de mi vida con los momentos que más me gustaría conservar, rotulada en una cinta enorme y redonda guardada en una de ésas latas que ya no se usan, donde solían transportar los largometrajes de cine a cine cuando aún no existía el formato digital. Aquella cinta se llenaría de hongos y se autodegradaría conmigo en mi lecho. Una parte importante en la película sería aquella donde una chica de 30 años me confesó, en medio de un montón de edificios de ladrillos rojos, que técnicamente no estaba divorciada. (Ahora, este mismo texto será resumido y adaptado a modo de trabalengua para ser repetido millones de veces por niños en edad pre escolar.)